Pedro, que decirte?? Mil gracias porque me has hecho emocionar cada vez más con cada palabra de este artículo, muchas gracias y un fuerte abrazo!!!
COQUINAS:
Me dirijo con
destino a Mazagón, y es preciso dejar la autovía en la salida hacia San Juan
del Puerto, precioso nombre, presagio de lo que nos acontece. En el trayecto
nos cruzamos con Moguer, donde el candor de sus casas vio nacer a Juan Ramón Jiménez.
Cada vez son más frecuentes mis encuentros con Huelva, tercian excusas más que
de sobra, pero ahora acudo a saldar una deuda contraída hace ya tiempo con mis
entrañables amigos Fernando y Manolo. En mi camino hacia el mar no dejan de
protegerme perpetuas hileras de pinos, de tamaño y formas caprichosas, tan solo
se rompe tan atractiva monotonía con los infinitos campos, sobrios y
adormecidos, holgando hasta ser de nuevo preñados para gestar sus célebres
fresas. Un día Huelva me enseño el significado de las “coquinas”, desde
entonces he admirado este molusco por encima de los demás, una razón: la forma
en que son capturadas. Sinuosos movimientos de talón en la orilla de la playa
son más que suficientes para secuestrar el fruto que al litoral tanta brega le
cuesta madurar. Acudir a su captura, encarna toda una ceremonia por parte de
los “coquineros”, siempre he considerado que son mitad pescadores, mitad
agricultores, es como si también le arrebataran el fruto a la tierra. Incluso su
textura más que delicada, su paladar intenso e híbrido, me supera ante
cualquier otro de parecida especie. Otro día Huelva me enseño sus beneficios
gastronómicos, su sabrosa cocina
marinera, me hizo un guiño, y a la sazón custodio un amoroso idilio. “El Páez”,
mote cariñoso de Fernando, soporta en el seno de su corazón su Jaén natal, pero
está encaprichado con la gastronomía Onubense desde el primer día que vulneró
esta provincia, denota cierta ansia por demostrarlo, y elige una de sus recetas
predilectas para agasajarnos: Coquinas salpicadas con un poco de aceite de
oliva virgen extra de los olivos de Sierra Mágina de Jaén, ajito y perejil muy
picadito. Ya en su presumida casita, la egoísta ventura de que gozábamos se
trunco cuando el olor a brisa de su mar se canjeó por el tufo a las coquinas
que se estaba despachando. Luego traté buena cuenta de ellas, nadie mediaba mensaje,
tan solo Manolo, entre coquina y coquina y a medias palabras, nos dictó una
especie de conferencia sobre el trato de este sublime bicho. Para su óptima conservación
nos sugirió mantenerlas en agua de mar y obligadas en una apretada red con
objeto de que no se abran. También defendía su “rebujito” de vino viejo de
Moguer, frente al cumplido por Fernando a base de manzanilla fina. Después
llegaría la “orgía de marisco” integrada por favorecidas piezas de carabineros,
aunque en Huelva gusta denominarlo como “brillante”, langostinos de justo
calibre y gambas de todos los tamaños y tonos. De regreso a casa ilustré a mi
Madre de la faena que le habíamos hecho al mar y el inusitado tributo a
nuestros vientres y paladares. Ya lo decía Papa, comentaba mi Madre con tono
satisfecho, hay materia prima que no está reservada ni para el mejor templo
gastronómico, ni para la mejor cartera, son las gentes de de su tierra los
absolutos dueños.
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