Apenas asome el albor de la mañana, la cocina de nuestro restaurante se inunda de luz, a través de los abundantes y simétricos ventanales blancos, fulgor que da para guisar de sobra. Ya se puede percibir el olor a pan tostado, dispuesto a ser salpicado de un mimado aceite de oliva virgen extra, emparentándose con el aroma a café recién hecho. Un poco antes de las nueve se advertía el chasquido típico de la puerta de cuarterones de más de un siglo de existencia que separa el restaurante de nuestra casa.
Entonces asomaban mis padres cogidos de la mano. Los mas tempraneros ya habíamos desayunado, quizás mis hijos: Juanito y Antonio, aun le restaran un último sorbo de leche, pero no reparaban en apresurarse para recibir a sus abuelos con un entusiasmo implacable pringados con restos de aceite de oliva virgen extra procedente de un desayuno proporcionado con meticulosidad por su madre a base de pan tostado, tomate y ajo. Mas tarde mi padre, antes de satisfacer su ritual casi diario de entrevistarse con uno de sus mayores orgullos: una finca de olivos, de donde despoja las aceitunas para después conquistar la grasa que tanto adora y venera, preparaba con meticulosidad, los ingredientes de un pisto o a lo mejor de un arroz caldoso, puede que también le de tiempo para prevenir la “liga” de antes del almuerzo. Luego era mi madre, la que con una naturalidad portentosa, ejecuta receta tras receta, ante mi atenta mirada, prometiendo que algún día sus dotes se transmitirían con toda la fidelidad posible. Es probable que ella recibiera ya una serie considerable de gestos cariñosos: entre besos y caricias anda el asunto. Era frecuente escucharla decir:”me llevo más empujones que el que se cuela de balde a los toros”.
De manera permanente esto es lo que hemos vivido en nuestra casa, donde lo personal, se resolvía y se resuelve con la labor de guisar a diario en nuestro restaurante. Es como una especie de filosofía que se transfiere, y que no deja a nadie impasible, cariño que se traduce en buen humor, tolerancia, desmigajando hasta los ingredientes con los que guisamos.
Puede que este amor sea el culpable de que mis padres llevaran cincuenta años de gozoso matrimonio y otros tantos, primero en su taberna de la plaza y después en el actual restaurante, procurando contento al resto de la familia. Es patente la necesidad del uso del aceite de oliva virgen extra, componente vital en nuestros guisos, pero el ingrediente “cariño” aporta la alquimia necesaria para el éxito de cualquier receta, es cuestión de probarlo sin medida, es barato y asequible, una ganga.
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